ahorita mismo








La entrada "Un editor, el autor, la viuda y el aleph. ¿Borges dónde está?", está siendo reformulada.
En eso ando, reescribiendo el post sobre Pablo Katchadjian. Hago el intento, oxigeno el texto aminorando el sarcasmo y la bilis para intentar incorporar un poco de análisis y escritura reflexiva. Ojala llegue a buen puerto. Todo sea por no confundir lo necesario con lo accesorio. Hay cosas que podré obviar, o solapar. ¿Para qué más riña?
Bueno, eso, en breve volvemos.
¿en breve?.

El miedo





"El miedo: el miedo no es igual. El miedo cambia. Hay miedos y miedos. Una cosa es el miedo a algo -a una patrulla que te puede cruzar, a una bala perdida-, y otra distinta es el miedo de siempre, que está ahí, atrás de todo. Vas con ese miedo, natural, constante, repechando la cuesta, medio ahogado, sin aire, cargado de bidones y de bolsas y se aparece una patrulla, y encima del miedo que traés aparece otro miedo, un miedo fuerte pero chico, como un clavito que te entró en medio de la lastimadura. Hay dos miedos: el miedo a algo, y el miedo al miedo, ese que siempre llevás y que nunca vas a poder sacarte desde el momento en que empezó.
Despertarse con miedo y pensar que después vas a tener más miedo, es miedo doble: uno carga su miedo y espera que venga el otro, el del momento, para darse el gusto de sentir un alivio cuando ese miedo chico -a un bombardeo, a una patrulla- pase, porque esos siempre pasan, y el otro miedo no, nunca pasa, se queda."
Fogwill, Los pichiciegos, Interzona, 2006, p 94

La convertibilidad de la inocencia





Un día cómo hoy, pero hace 21 años, se aprobó en el congreso la Ley Nº 23.928 (Ley de Convertibilidad). Se ha escrito y hablado mucho sobre los efectos desvastadores de esa ley. Sin embargo no quería escribir sobre eso sino una imagen que todavía vuelve a mí y que sólo lateralmente tiene que ver con esta fecha.
 




Recuedo esto y no puedo dejar de vivenciar la distancia, la densidad del tiempo. Unos datos: aún estaban vivos mi abuelo materno y mis tíos abuelos (paternos): Ema, Cacho, Lila, Lita. Yo tenía 6 años, había empezado primer grado, y no tenía idea lo que pasaría después. Esa es mi imagen de la inocencia.


Yo era un nene de 6 años, hacía unos meses había comenzado la escuela primaria en la Esc. Belgrano, de Paraná. Supongo que muchas cosas eran nuevas en esos días para mí. A eso se le sumaba que me habían dicho que los ahorros que tenía, unos los billetes celeste claro, verdosos, y monedas plateadas, livianitas, no iban a servir más. Otra iba a ser la plata. Se llamaban Pesos y aseguraban que iba a tener el mismo valor que el Dolar. A mí nada de eso me importaba y seguramente no entendía qué significaba. Sólo añoraba hacer ese trueque, juntar lo poco que tenía guardado y efectuar el cambio correspondiente. Fue mi mi tío Cacho quien me acompañó. Me acuerdo cruzando con él calle Gualeguaychu, rumbo a un banco: él también tenía que cambiar dinero. Fue una mañana y hacía frío. Yo estaba vestido con una campera verde, con corderito adentro. Me encantaba esa campera. Después me acuerdo estar al costado de mi tía, mientras él cambiaba en la caja el dinero. En ese momento miraba para arriba, no lograba ver la ventanilla cómodamente, tampoco el maneje monetario. Una vez concluido el trámite nos fuimos despacio para su casa, y almorzamos seguramente sopa y algo más.




El Flaco y los amigos





Cuando se muere alguien que nos dio un mundo nuevo o, siendo más modestos, nos amplio los horizontes de éste, es auténtico decir que nos sentimos más solos. Y tristes, y desamparados.
Hace unos días se fue Luis Alberto Spinetta. Alguien a quien aprendí a escuchar. Alguien que con su ética demostraba una y otra y otra vez que en el rock todavía sobrevive algo de los ideales de una cultura hecha por y para los jóvenes. Let it be. Su renuencia al show business, su crítica a la idiotización colectiva, el énfasis con el que daba a entender que la lectura no es una actividad de sabiondos sino un regocijo y un alimento para el espíritu, su apuesta siempre redoblada por un arte sin concesiones y, a la vez, popular, etc... señalaban un camino por el cual se podía transitar. 
Tuve la suerte de verlo un buen número de veces. Creo que la primera fue por 2004, en Paraná. El Flaco volvía a tocar en mi ciudad después muchos años. Estaba presentando Para los Árboles. Llevé a Lisandro, mi hermano. Tocó compañado por Claudio Cardone. Y obviamente el recital fue una maravilla. 
Después hubo varias más, todas en Santa Fe. Muchas en la UNL.
Fue también en Santa Fe donde se marcó un punto de inflexión. Tengo una relación "egoísta" con la música. Para ir a un recital o escuchar algo no necesito de excusas sociales. Si quiero ir a un recital directamente voy, sin buscar yunta o cómplices. Tengo la impresión que esto no siempre es así. Por eso digo que en Santa Fe hay una novedad: fue ahí donde me hice de un grupo  precioso de amigos que también cultivaban el gusto por el arte del Flaco. Fue gracias a la filosofía alemana de los siglos XVIII y XIX que nos conocimos primero con Guille y Fran. Y luego, por ellos, conocí a a Nico, a Rafa, a Fede y Violeta, a Vale y, the last but not the least, Guille del cual más abajo comparto un mail. Nos encontrábamos ahí, en las canciones, las melodías y letras de Spineta. También en el humor, las reuniones nocturnas, algunas lecturas, las alusiones improductivas a la cultura letrada, en la comida. Aquellos amigos fueron una bisagra. Afortunadamente nuestros caminos se cruzaron y ahí, en ese cruce, Luis Alberto tenía y tiene un primerísimo lugar.

Es tan así que hacia fines de 2009, cuando El Flaco hizo el recital hoy histórico de Velez junto a Las bandas Eternas, uno de estos amigos fue con su novia. Guille Moro estuvo ahí. A las horas, conmovido por el recital, nos escribió un mail preciso y sentido.
Cuando me entero que Spinetta ya no está entre nosotros me pasaron muchas cosas. Algunas de esas cosas no estaban articuladas en palabras ni buscaban palabras. Hay dolores mudos y difusos. Creo que los primeros momentos cuando nos anoticiamos de la muerte de alguien querido, ese es el tipo de dolor que se hace presente. Pero cuando el malestar iba tomando forma de relato, y de recuerdo, ahí estaban estos amigos y sobre todo el mail de Guille. 
El modo más inmediato que encuentro para recordar a L.A.S. y a mis amigos es publicar aquí ese mail, un texto fraternal y lleno de inteligencia, afecto y cariño. Únicamente inserto en el cuerpo del texto de Guille el video del recital, que hoy se puede ver en Youtube.


Subj: Crear una pequeña flor es trabajo de siglos‏
Fecha: 05/12/2009


Para mis amigxs spinettianxs:Exultante, asombrado, colmado, tan feliz... Ayer fue el recital de Spinetta y las Bandas Eternas, y así me dejó... bah, en realidad mucho mejor, sólo que lo adjetivos, las palabras en general, se vuelven absolutamente pobres e incapaces cuando se trata de transmitir ciertos estados de ánimo (y acaso siempre, si atendemos a lo que plantean estos muchachos en este temazo http://www.youtube.com/watch?v=y45HI7H9DMc&feature=related). Pero bueno, acá estoy, sólo con lenguaje, palabras, signos, la pobreza de nuestra cultura, intentando igualmente compartir con ustedes la experiencia de ayer.Se sabía que algo importante iba a pasar. Nadie podía decir con precisión qué ni cómo, pero se respiraba en el aire... La posibilidad de ver a Spinetta con sus viejas bandas prometía ser especial, sobre todo considerando que el flaco ha hecho un culto de no volverse un dinosaurio vividor de su pasado, tocando siempre su nueva música y sólo ocasionalmente, casi sin querer, algún tema clásico. Eso, por cierto, lo mantuvo vigente de verdad. En él mismo cobra sentido y reflejo su alarido "mañana es mejor" de Cantata de Puentes Amarillos.El recital fue en Velez. Ya eso estuvo bueno: conocer el mítico José Amalfitani de las atajadas de Fillol a River en el '90 escuchadas por la radio paranaense, de las tribunas vistas en Fútbol en Primera… En esos estadios es mejor aún ir al campo: uno puede mirar alrededor y al menos imaginar lo orgásmico que debe ser hacer un gol o tirar un caño rodeado de esas tribunas enormes repletas y fervorosas. La parte mala fue que ayer el campo lo pusieron hasta un tercio de la cancha (el tercio trasero). Toda la primera parte era platea vip. Entonces fue una de estar luchando las dos horas previas al recital entre la multitud para ganar algún pasito de ventaja, sin ningún sentido, porque igual no se veía una goma. Causaba bastante bronca, porque la perspectiva era solo ver nucas adelante. Encima las pantallas eran chicas y estaban bajas (si algún punto flojo hay que marcar del recital, es la parte técnica, tanto en la infraestructura escénica, como en el sonido -un poco bajo, y reiterado en acoples que el sonidista parecía desconcertado para cortar, cuando ese menester suele ser su abc-). Clara me venía insistiendo en que si nos íbamos para el fondo (más al fondo) íbamos a poder ver. A mí, ya inmerso en el "punto de vista interno" de la turba, me parecía equivocado, e insistí en quedarnos, en seguir intentando llegar hasta las vallas. Mi razón era lograr que ella viera. Una vez más el luchador de la causa ajena fracasó en favorecerla por no detenerse a escucharla de verdad. Mi plan fue infructuoso. Entonces accedí, resignado y encaprichado, a probar la opción de dar un paso atrás. Vi que Clara tenía toda la razón desde el principio. Desde el fondo se podía ver bien, y además había más espacio entre personas. Se podía disfrutar. Mea culpa por ser cuadrado y patriarcal.




 Parte 1


Ahí nomás arrancó: 21:45 (es importante retener este dato). "Mi Elemento", un temazo del último disco. La banda era básicamente la actual: la bella y talentosa Nerina Nicotra en bajo, Sergio Verdinelli en bata (un mostro total!! cómo toca ese pibe!!) y Claudio Cardone en teclados. Se sumó Guillermo Vadala, el bajista de Fito, tocando la guitarra. Hicieron un par de temas del nuevo disco (nunca tocado ante tanto público). Empezaron a sumarse invitados. Pasaron todos los tecladistas de Jade (Mono Fontana, Diego Rappoport, Juan del Barrio y Leo Sujatovich). Todos unas bestias sagradas. Era gracioso ver que después del cuarto o quinto invitado al flaco ya le daba como vergüenza seguir diciendo que eran "genios" y otras gentilezas de la estirpe. Pero era verdad... Tanto talento subiendo al escenario… En esos alternados mini sets con tecladistas repasó toda la parte de INCREÍBLES temas lentos de la época de Jade, con sus picos máximos en Umbral y Alma de Diamante (también hizo Era de Uranio, Ella También, Vida Siempre, e inesperadamente, Cisne, uno de mis favoritos del muy posterior disco Para los Árboles). Se sumó además Beto Satragni.Entre medio vinieron invitados más histriónicos. Subió Fito, que estuvo a los gritos pero bárbaro, interpretando juntos Las Cosas Tienen Movimiento (versión spinettiana) y después (sí sí) Asilo en tu Corazón, en una versión realmente conmovedora. Se tiraron las habituales flores homoeróticas ("Luis Alberto, divino, hermoso", "Fito, amor mío, te amo", etc) con las que expresan su profundo y genuino cariño, sin perder tiempo en impostar modismos de varoncitos. Después Cerati. Bueno, con su cada vez más producida imagen (ahora es modelo de su propia línea de ropa chic)... Hicieron Te para Tres (excelente), y la engancharon con Bajan (primer momento de delirio colectivo). Al terminar, Cerati le dice "Disfrutalo Luis", con un claro sentido de "ahora te llegó a vos, ¿viste lo que es llenar estadios?, yo sé lo que es, disfrutalo" (y el subtexto: "claro, sólo que yo llené siete rivers, ¿entendés?"). En fin, lo de siempre (pueden ver su símil performance en el dvd de Mercedes Sosa), pero metió unos solos de guitarra brillantes que ayudan a olvidar todo eso.


Cada canción era una perla. El flaco hizo un cover solo con su guitarra del tema Mariposas de Madera, de Miguel Abuelo, por ejemplo. Le asignó con gran humildad la maternidad inconsciente de Muchacha Ojos de Papel a esa pieza. También hizo el “El Rey Lloró”, de Lito Nebbia. Y un muy poderoso cover (primer momento de Rock posta de toda esta primera parte del show, que fue muy tranqui) del tema “Adonde está la libertad” de Pappo, con Juanse de invitado en voz (recibido a coro por la multitud al grito de “pomeeelooo, pomeeelooo” jajajja muy bueno… encima estaba y se movía igual!!). También en una parte de sumaron sus dos hijos varones, Dante y Valentino, para un cover de Manal, Necesito un Amor, intercambiando roles: Dante en Guitarra (tiró un par solos interesantes) y Valentino rapeando. El flaco se exculpó: “No sé si a Javier Martinez le gusta el rap, pero bueno muchachos… está en el aire”, dijo, riendo.Un momento cumbre para mí fue cuando tocó Cementerio Club. Temazo increíble, del disco Artaud. Fue una cosa muy mágica (como cada segundo de anoche). Tantas veces haberlo escuchado con Clara a ese tema, sencillo, y a la vez profundo, y a la vez sensual, y de repente tenerlo ahí, en vivo, con sus arreglos característicos, con la entonación gomosa del “… en verano”. Genial.El cierre de la primera parte vino con una versión de Filosofía Barata y Zapatos de Goma, de Charly, que alcanzó su éxtasis en un solo extendido y poderoso del flaco en guitarra, elevado por la maestría para crear climas crecientes con el tambor y los platos que caracteriza al groso de Verdinelli. Terminado ese tema, Spinetta presentó a Charly. Descontrol total, ovación infinita. Dos gigantes sobre el escenario. Yo hace un tiempo había podido conseguir unas cintas de pésima calidad (grabaciones de la grabación de la consola del sonidista, imaginense…) de un recital en Obras en los ’80 de Spinetta Jade y Serú Girán. Asumí que eso sería lo más cerca que nunca estaría de presenciar otra “total interferencia” de estos dos genios del rock. Bueno, wrong again: ahí estaban de nuevo. Y entregaron una versión sentida y poderosa de Rezo por Vos. Un cierre alado. El intermezzo duró unos ‘25 minutos. Ya era muy tarde, y habíamos tenido más que suficiente, pero faltaba lo mejor!  Recién entonces pude advertir en toda su dimensión la belleza del entorno. Casi toda la gente del campo sentada, tranquila, en comunidad de amor y belleza, hablando, riendo, besándose. Fue mi “momento Woodstock”, jajaj si me permiten la frivolidad. Encima la luna, como llamada por los versos de Ella También (“ella también se cansó de este sol / viene a mojarse los pies a la luna”) brillaba, radiante, sobre el estadio. Fumamos unos cigarrillos con Clara, callando en íntima compañía.




Parte 2




Volvió la música. Primera banda eterna: Los Socios del Desierto. Al fallecido Tuerto Wirtz lo reemplazó Javier Malosetti en batería (¿habrá algo que no sepa tocar?). Un maestro total Malosetti; incluso tocó con la antiparra que se ponía Wirtz. Hicieron temazos. Una vez más fui afortunado: entre tantos temas posibles eligieron algunos de mis favoritos: Bosnia (flashero) y Nasty People (uno de los dos hits rockeros maceta de la banda, junto con Cheques, que creo fue elegido antes que éste último –más “conocido”- por su discurso anti mal manejo al volante, la actual causa “social” del Flaco – “Nasty People / behind the wheel…”).Después vino el momento cumbre de la noche en lo personal. INVISIBLE. A mi modo de ver, sin exagerar, una de las 4 o 5 mejores bandas en la historia del rock mundial. Spinetta en su momento más creativo, técnicamente sofisticado, poéticamente inspirado. Y secundado por dos MONSTRUOS infernales: Machi Ruffino en bajo y Pomo Lorenzo (probablemente el mejor batero de la historia del rock argentino, también integrante destacado de Jade). Jamás creí que iba a tener la posibilidad de ver a esta banda, que he escuchado hasta el hartazgo (sólo un modo de decir), en vivo. Fue como viajar en el tiempo treinta años hacia atrás, pero sin dejar de estar ahí, ahora; primer atisbo de un sentimiento de eternidad…Arrancaron con Durazno Sangrando. Belleza, belleza. Después hicieron Jugo de Lúcuma (yo ya no cabía en mi ser para entonces…). “Lorena duerme / perdió los zapatos / manchas de rouge de sangre / impiden verla / Barcos de Luces / de aquella noche / oh, en la que bebí / de su cuerpo de lúcuma”. No recuerdo haber cantado algo con más emoción; lo que estaba sucediendo era hermoso, avasallante…Y lo que vendría después!! La letra de Spinetta que más me acompaña desde hace un tiempo, y flor de tema: Lo que nos ocupa es esa Abuela, la Conciencia que regula el mundo. IMPRESIONANTE!! (aunque el flaco se olvidó fragmentos de la letra… por demás entendible… era increíble ya que se acordara tantos cientos de acordes enredados de decenas de canciones – estuvo super ajustado en la guitarra, no pifió ni mintió nunca; estuvo en su mejor forma como instrumentista).Cerraron el set con un homenaje a Tanguito, versionando Amor de Primavera, con Lito Epumer de invitado soleando en la guitarra. Mientras los técnicos reacomodaban los instrumentos, extasiado, pude volver a sentarme en el piso. Miré alrededor. Gente de todas las edades, mujeres y hombres canosos, gente en sus cuarenta, veinteañerxs, incluso pibxs de unos 10 o 12 años. Alrededor las tribunas, llenas, la gente sentada, atenta, feliz… la luna iluminando todavía, igual que una hora atrás, en el mismo lugar… Me invadió como un sentimiento místico. Me acordé de ese relato de Borges, “Sentirse en Muerte”, donde cuenta cómo una noche, caminando perdido y solo por Buenos Aires, experimentó la eternidad, ese estar al mismo tiempo en todos los tiempos (o sea, la inexistencia del tiempo). Lo que viví se parece a eso. Por un instante, fue como estar sentado en los setenta en algún festival, la gente era la misma, Spinetta era el mismo, cantando La Sed Verdadera, con y sin canas al mismo tiempo... la mujer que ahora bailaba loca y sin música al lado mío había estado bailando así siempre, nunca, y no era vieja, ni joven (“Hoy tu pollera / gira al viento / quiero verte bailar / entre la gente, entre la gente / quiero verte bailar / No importa tu nombre / si me puedes contestar / Son tanto tus sueños / que ves el cielo / mientras te veo bailar”). Duró poco, pero lo sentí, o estuve cerca de sentirlo. Ahora pienso que cuando eligieron ponerle “Spinetta y las Bandas Eternas” a este recital no había indebido énfasis, sino estricta adjetivación.Llegó Pescado Rabioso. Uhhhhhhhhhhh!!! Lebón en guitarra, Black Amaya en batería, Cutaia en teclado hammond, y de invitado sostenedor Vadalá, en bajo. Un poder fenomenal. Estaban intactos. Se los veía felices, llenos de música y cariño mutuo, marcados por las cicatrices de las experiencias solistas, concientes del diamante intacto de aquella aventura juvenil, llena de excesos, talento y vanidad.Abrieron con Poseído del Alba. Después hicieron Serpiente Viaja por la Sal (temazo!!). Después Credulidad (uuhhhhhhhhh). Ahí lo invitaron a Bocón Frascino, a quien Luis, con su típica generosidad, elevó y reconoció en su merecida medida, a pesar de los reveses que los sellos discográficos le propinaron a Bocón. Violero con mucho swing rockero, con las notas justas, sin virtuosismo pero con alma. Y junto a él, subiendo por fin el volumen al palo, hicieron una trepidante tríada rockera vieja y peluda nomás: Ya despiertate nena, Me gusta ese tajo (tremendos solos de Bocón y Cutaia!!) y Post-Crucifixión (mejor, o tal vez único, pogo de la noche). “Y en esta quietud / que ronda a mi muerte / tremendo presagio / de lo que vendráaaaaaa”. Impresionante.Y la última banda: Almendra. Así lo dijo el flaco: “con ustedes, Almendra”, y pude ver todo el sabor de esa palabra. Toda la carga estética de ponerle ese nombre a una banda rara de los ‘60, cuando casi no se cantaba rock en castellano, cuando las bandas (siguiendo servilmente la costumbre sajona) no concebían llamarse sin un “Los…” (“The…”) antes. Hicieron tremendos temazos, super ajustados en su ejecución, con Edelmiro Molinari brillando a pesar de algunos problemas con el cable de la guitarra, Emilio del Guercio y Rodolfo García cantando con energética afinación, y Luis conduciendo lo que esa altura ya era un festival excesivo, una exhuberancia de notas y melodías que habían abrumado y transformado cada alma que siguiera en pie, tras más de cuatro horas de rock y poesía. Hermano Perro, Fermín… y para el final, Muchacha. La cantaron con Luis en acústica y los otros tres en voces, a su alrededor, cerca, en semicírculo. Fue la primera vez que lo escuché a Spinetta cantarla sin deformarla, con la melodía original. Hermosos arreglos de voces proyectaron la posible última vez (la primera, la mejor) que esa canción vaya a ser ejecutada por los dedos y gargantas de estos cuatro vanguardistas. 
 Parte 3




Was it over? No!! Todavía quedaba un set más. Eran casi las 3 de la mañana!!! 5 horas seguidas de rock. De algún modo uno tenía la (in)conciencia de que estaba viviendo un acontecimiento único, irrepetible, que nunca olvidaría. Irse, o sentirse cansado, ni siquiera era una posibilidad para nadie. Volvió la banda actual. De nuevo, a ejecutar temas del último disco. Becoming full circle, como dicen los yanquis. Un mañana es mejor. Hicieron 8 de octubre, el tema para la tragedia de Santa Fe, con Ricardo Mollo de invitado. Después algún tema más del disco. Y el cierre con hits, con las pocas canciones “coreables” del flaco. Seguir viviendo sin tu amor (delirio colectivo, el flaco con la voz impecable, alta, gritada todavía), Yo quiero ver un tren (impresionante momento) y el último, No te alejes tanto de mí.Terminó finalmente. Con (casi) todas las y los músicos invitados, chamanes de una ordalía en celo, saliendo al escenario con remeras de “Conduciendo a Conciencia” (previa denuncia mortal del flaco a la revista Rolling Stone). Saludamos, y salimos, a buscar un colectivo durante alguna otra hora, a amontonarnos de nuevo, llenos de alegría, justificados de cualquier miseria, redimidos por la avalancha de sentido del sinsentido como vehículo de expresión artística.  


“To create a little flower is the labour of ages” // “Crear una pequeña flor es trabajo de siglos”//Nunca tuvo más contenido ese verso de Blake. Durante siglos, décadas (“día / año / mes / minuto”) Spinetta fue creando una flor, cuyo aroma floreció en horas cinco de dibujos para el alma que ya no puede ser igual.  


Los quiere,Guille


Aira dice...


"Que una obra literaria quede en la historia de la literatura de un país, ya sea como obra fundacional o como curiosidad marginal, significa que queda disponible para las recuperaciones. El gusto literario es un efecto de la recuperación, y no al revés. No es que un gusto se forme primero y después se busque en el pasado una obra que se adapte a él, sino que es la obra la que inspira una nueva inflexión del gusto. Postular la preexistencia del gusto equivale a suponer que hay un gusto eterno, clásico, que sirve como referencia permanente. Para contrarrestar esta museificación paralizante están las novelas malas que reclaman a gritos una recuperación radical, un giro, ¡o mejor una voltereta de lo literario mismo y de la verdad social que transporta el inconsciente de la novela."
César Aira, en el  Primer Encuentro de Literaturas Americanas


Yannis Ritsos / "La ventana" (Trad. Juan L. Ortiz)


En una pieza, dos hombres están sentados junto a la ventana que da al mar. Parecen dos viejos amigos que no se encuentran desde hace mucho tiempo. Uno de ellos tiene el aspecto de un marino, no así el otro, el que habla. La tarde cae dulcemente. Es un crepúsculo de primavera, calmo, violeta y púrpura. La mar de enfrente, toda unida, ilumina con franjas ondulantes y encostilladas los flancos de los buques, los cordajes y los mástiles, las casas. Empieza, simplemente, y con un aire fatigado:








Me siento junto a la ventana; miro a los transeúntes, 
y me miro en sus ojos. Creo ser 
una fotografía silenciosa, en su marco envejecido, 
suspendida fuera de la casa, en la pared de enfrente-
yo y mi ventana.
Yo mismo, algunas veces, miro 
esta fotografía de ojos amorosos y cansados-
una sombra esconde la boca; por momentos, el destello igual del vidrio, 
al recogimiento del sol o a la iluminación de la luna,
esconde todo el rostro, y yo resulto escondido
tras una luz estática, palidecida rosa o argentina, 
y puedo mirar el mundo libremente sin que nadie me vea- libremente, qué quiere decir?


No puedo ya moverme. Contrapuesta a mi espalda
la pared húmeda o ardiente; sobre mi pecho el frío
vidrio. Las venillas de mis ojos
se ramifican en el vidrio. De este modo, comprimido
entre la pared y el vidrio, no oso mover ninguna de las manos;
llevar la palma a las cejas cuando el sol resplandece
en una gloria implacable; y estoy así obligado
a ver, a querer, y a no moverme. Si intento
tocar algo, mi codo
quebrará quizás, el vidrio, y quedaría un agujero
en mi costado, abierto a las miradas y las lluvias.
Si intento hablar, el aliento de mi voz
empaña el vidrio (como en este momento)
y no veo más aquello de que quería hablar.
Silencio, dices, e inmovilidad. Puedes, aún, decir ocultación,
porque acaso conoces cuántas voces clavadas,
cuántos gestos doblados,
detrás de este esplendor vertical y cristalino tienen casa?
Sobre todo cuando cae la tarde como ahora, bajo la primavera, y el puerto
es un fuego lejano, rojo y amarillo,
en la floresta oscura de los mástiles, y sientes
los peces que el agua oprime, subir
a la superficie, con sus bocas abiertas, abriéndose parecidas a triángulos pequeños,
para hacer una profunda aspiración- lo viste? 
es entonces rajado el viso denso de las aguas 
por millones de bocas de pececillos, abiertas. Nadie puede
resistir indefinidamente, bajo la masa del agua, en esas florestas fabulosas del mar, 
en esa transparencia de asfixia, a una tal perspectiva de inmensidad y de peligro.


Así, creo yo que las fotografías tampoco pueden resistir tras de su vidrio 
en cualquier pose-actitud, aun muy bella, en cualquier momento de su vida, 
en una edad fijada, en un momento de pureza desdeñosa 
con la exquisita mano juvenil abandonada sobre la mesa elegante del estudio fotográfico,
o sobre su rodilla, con una siempreviva (naturalmente) en el ojal,
con una sonrisa imperceptible y vencedora, por sus labios,
no muy pronunciada, traicionando su arrogancia,
pero tampoco invisible, enteramente, al traicionar su dependencia del destino. 
Entretanto, inflexible, el tiempo les acecha, antes y después de su instante perfecto,
y ellos desean su tiempo, inflexible del todo, aun cuando por eso,
hubieran de perder 
esa dignidad petrificada, esa
pose resplandeciente, premeditada o no —poco interesa— 
aun si su leyenda, muy erguida, debiera de fundirse como un cirio 
blanco, bajo la llama de sus ojos,
aun si su juventud debiera, saliendo del cristal, ser desmentida.


Sin embargo, al parecer, el miedo excede su deseo,
o quizás se le iguala; y entonces su sonrisa
semeja un pez plateado, alargado asimismo y detenido
entre dos peñascos, en las profundidades... semeja
un pájaro gris de alas inmóviles, meciéndose en el aire,
inmóvil en su propio movimiento. Y las fotografías permanecen
encerradas allí con todo su pesar o sus remordimientos y su ojeriza, aun
sin librarse del cuadro, de su deseo y de su miedo,
frente al cielo exigente y al mar innumerable.
Es por lo que elegimos, comúnmente, un espacio reducido que nos proteja
de nuestra inmensidad. Y es por lo que. tal vez,
yo me siente junto a esta ventana, aquí, mirando
las húmedas señales que dejaran los desnudos pies del batelero
sobre las baldosas del muelle, poco a poco extinguirse,
lo mismo que una hilera de lunitas oblongas, en un cuento de hadas.
Y no puedo ya nada comprender ni me esfuerzo por ello.
Una mujer inclina, sobre el balcón de al lado, sus cabellos en limpio
y dulcemente canta
para secarlos con su canto. Un marinero 
permanece azorado, las piernas apartadas,
ante su sombra inmensa, en el atardecer, y es igual que si estuviera 
de pie, sobre la proa de un navío, en un puerto extranjero
donde las aguas ignorase y donde, a la vez, le fuera preciso
echar el ancla.
Luego, cuando el anochecer se abate, lentamente, y de los muros
y los cercos 
desaparece la palpitación silenciosa y violeta del poniente, antes
de que los reverberos se enciendan,
se produce un súbito calor, y entonces 
los rostros se adivinan más bien que se perciben. 
Tú ves la sombra penetrar bajo las axilas en sudor;
el sonido de un vestido abanica, al pasar, el follaje de un árbol;
las camisas blancas de los jóvenes toman un color azul lejano, y
exhalan como un vaho,
y toda cosa es tan desprotegida, hechizada e inasible, que 
quizás por eso
todas las luces se encienden a la vez, positivas para disipar
lo que es su precisión.


En las casas, los paños se parecen a banderas que caen
en un recalmón inexplicable del mar, cuando todo el mundo deja el barco,
y las banderas no tienen ya por quien flotar; penden así al atardecer,
enardecidas por el sol, lánguidas, olvidadas,
como pieles de grandes bestias, desolladas, de bestias degolladas
para un día de fiesta popular, de desfiles, de músicas, de
danzas y banquetes.
La fiesta pasó. Nadie en las calles. Sobre las aceras
papeles aceitados, escarapelas pisoteadas, cortezas, huesos...
ninguno, sin embargo, ha regresado a su casa, como si arrepentidos
estuvieran y hubiesen asumido una prolongación innecesaria.


Los cuartos quedan sin apetito, y oscuros, mirados solamente 
por las luces multicolores de la calle y los navíos, o por unas
estrellas distraídas
o por el repentino proyector de un camión de transporte que pasa,
cargados de soldados ebrios, de gritos y canciones,
y el proyector fija la sombra de la ventana de la casa,
sorda, discretamente, al igual que si fuese un gran cofre de madera
que dos marinos de sombra transportaran sobre una orilla sin nadie.
Y a uno le vienen, entonces, ideas raras —es que ello no te sucede
a ti también?—
que cada uno de nosotros es —supuesto— dos hombres 
con rostros encubiertos, rencorosos los dos, 
que no pueden entenderse entre sí y que se acuerdan sólo en el momento 
de trasladar el cofre, de cavar con las uñas 
para enterrarlo, un poco más allá de la orilla.


Y tan bien como ellos, a pesar de todo su misterio, tú sabes
que en ese cofre yace un cuerpo dividido,
un cuerpo juvenil, querido; y ese único cuerpo es su cuerpo
que ellos mismos ataran y enterraran, 
como dos extranjeros.
Ese cofre semeja
con su forma perfecta, regular, decidida, 
una puerta cerrada,
esas fotografías en su marco, de que hablamos, 
semeja esta ventana por la que miramos el vaivén primaveral y
grato de la calle.


A menudo hallé ese cuerpo, ese rostro, 
en las noches de luna clara, sobre todo, paseándome
—un poco pálido, pero siempre juvenil— por el muelle,
o por la calle de arriba, con los ribetes sucios,
las mujeres pintadas, los perros hambrientos, los hierros herrumbrados,
con los mal rasurados marineros, los frutos corrompidos, los reniegos,
las huecas mitades de limones, 
los lavabos verdes, las cubetas, las candelas, los mecheros de gas.




Y alguna vez, todavía, yo he visto venderse una mujer, 
pero ésta no quería aceptar porque él le daba demasiado. "No 
no", decía
"Eso no se hace. No", con una voz ronca, y su mano
de uñas encarnadas, tiritaba un poco. Tenía miedo
de ser mezclada en robos, estafas, llaves falsas,
hasta las grandes puertas de hierro parecidas a esas que predicen
las echadoras de cartas, 
y que jamás, es cierto, faltan. Por qué mezclarse en tales cosas?


Era precio fijo —nada menos, seguramente, pero tampoco nada más. 
Incomprensible, ese hombre con sus ojos 
inmensos y como inhabitados en su semblante pálido, 
iguales a carbones ardiendo. Hubieran podido ellos quemarla, tal vez.
Aun sus horquillas fundiesen,
y el hierro ardiente, fundido, corriera por los surcos de la cabellera,
hasta en sus ojos.
El continuaba, al parecer, atristado —quizás a causa de su fuerza 
que no pudiera matar nunca. Una bella aflicción,
evocadora de la melancolía, larga, del atardecer primaveral. Y le
sentaba,
le era casi necesaria. El no fuera jamás
decidido, según hemos podido presumirlo. Abría, tranquilo,
el cofre aquél,
como si abriese una puerta, y saliera, íntegro, a la luna,
y las venas de sus manos intensamente se trazaban,
rojas, tan rojas —extrañas para una tal aparición de luna, 
bajo su piel cérea de cristiano.




En verdad, suelo pensar que la división, únicamente,
puede ahorrarnos enteros, siempre que lo sepamos.
Y cómo no saberlo desde que son nuestros conocimientos
los que nos dividen y nos unen de nuevo por eso mismo que nosotros
hemos desechado.




Más alto, en la calle de la cual yo te hablaba, es muy lindo... 
los más extraordinarios almacenes del mundo... baratilleros,
carboneros, abaceros
peluquerías con grabados antiguos y sillones conspiradores y pesados,
carnicerías con espejos enormes que multiplicándolos repiten, 
a una roja teoría, los corderos degollados y las vacas,
puestos de fruteros y vendedores de pescados donde se unen los
efluvios de la pesca y de la cosecha... 
un ruido taciturno y ambiguo delante de las puertas, 
una iluminación nunca parecida a la reverberación de la hojalata
o de grandes tablas acepilladas, amarillas, 
puestas verticalmente sobre la fachada de la carpintería. Allá arriba
se ve en baturrillo
impermeables, botellas, peines, volaterías, 
cajas, en hierro, de bizcochos, ataúdes baratos, jabones perfumados,
literas oxidadas de buques naufragados a las que pusiera
en subasta
y que se retirase pieza a pieza, 
sederías que furtivamente se han traído de países diferentes, con
toda suerte de dibujos y colores, 
servicios de té japonés, de manteles y de haschich, 
y también ciertas cajas extrañas, abovedadas, semejantes a iglesias
sin concluir
en las cuales, pájaros desconocidos, rosas y dorados, miran 
el movimiento de la calle con ojos impenetrables y extranjeros, 
iguales a dos pedrerías, amarillas y negras, robadas por la noche
de los dedos de muerto.
Niños descalzos juegan en el justo medio de la calle, a los cacos,
mujeres se acuestan con marineros en piezas de techo bajo y de
ventanas abiertas, 
tenderillos ambulantes, tostados, orinan en fila delante del cercado;
en las canastas rutilan, de cuando en cuando, los pescados, similares
a grandes cuchillos ensangrentados, 
y alguna vez, una abeja extraviada, 
vagabundea ahí perpleja, bordoneando,
y dejando en el aire las espirales, en alambre dorado, de sus vértigos, 
parecidos a pequeños resortes de un juguete de niño desmontado.




La polvareda en nubes se mueve lentamente, entre los rostros,
al crepúsculo, 
como un secreto rojo oscuro hecho de sudores y de hálitos, y de
combinaciones y de crímenes,
secreto profundo de un hambre inagotable, apresuradamente nutrida,
un vaivén sin fin, un regateo sin fin, un gastadero sin fin,
que mantiene el comercio, las ambiciones, y como es natural,
también la vida,
te suele ocurrir ver a una moza con un vestido florecido, muy limpio, 
detenida en la calle llena de polvareda carbonosa, al lado de los
sacos y de la carreta del vendedor de alfóncigos, 
toda iluminada por el mar,
sonreír con dos filas de castísimos dientes al silbido
de un barquillo.




A su alrededor los medio limones descompuestos brillan
soles pequeñitos; 
en una ventana baja, una cortinilla de indiana, corrida oblicuamente,
es igual a la página, doblada en la extremidad, de un libro amado, 
para que pienses en ella, en un cierto momento, y vuelvas a leerla. 
No hay, pues, ninguna humillación ahí donde la vida demanda ser
vivida, 
allí donde los perros, con gestos nobles, buscan el montón de
suciedades, 
y las jovencitas mantienen levantada, bajo el peso de sus fuertes
cabellos, una frente pulida,
como si sostuvieran una negra colmena con un agua de silencio,
y temiesen que se les caiga. Vi a muchas jovencitas 
en esta actitud, en aquella calle, sí, 
y jóvenes morenos, de carnudos labios, y velludos,
siempre en irritación (al igual que los muy tristes)
que no lograron devenir tan vulgares como ellos querían.




Es por eso que lanzan, cada vez más, blasfemias,
con una voz, cada vez más pesada. Si prestas atención
comprenderías. Su voz es 
una ancha palma que acaricia el gato negro del batel, 
sentado sobre sus rodillas, cuerdamente... cuando se hace la noche,
desde luego,
y ni su mano ni el gato son visibles, Sólo los ojos de éste
brillan fosforescentes,
a manera de dos luces de costado, sobre un barquilluelo que costea
una isla florecida.




Si tú excedes dicha calle y hasta la colina de San Basilio, subes,
ves, ante tus ojos, extenderse todo el puerto,
ves, sobre el agua oscura, en la orilla del mar inmenso, relucir
las grandes tachas verdes y doradas, irisadas, de petróleo o de aceite;
tachas brillantes e inmaculadas, se diría, lo mismo que pequeñas
islas movedizas, de una calma indiferente, 
entre los perros reventados, y las patatas corrompidas, y las briznas
de paja, y las piñas, y los barcos.




Tú puedes, por esta ventana, mirar, pues, sin vacilar, 
o salir a la calle, también —una silenciosa santidad
bajo los actos humanos, queda siempre. Una sombra violeta
calla en el hombro izquierdo de una mujer, derrengada por el amor, 
que se ha vuelto del otro lado, y se ha dormido sola. Te es posible mirar
los calzoncillos groseros, en el patio vecino, ensuciados por las
nocturnas poluciones,
o los preservativos desplegados bajo los bancos del paseo, 
o los botones del corpiño de las mujeres, caídos sobre el césped, 
como florecillas de nácar, algo tristes
por no tener ya qué ofrecer —perfume, polen, simiente. Nada.




He pensado yo mismo ir a esa calle una vez 
para vender esta ventana y al mismo tiempo este gran cofre,
sin otro fin que no sea el de escapar de su cuidado
y también mezclarme al tráfico,
escuchar a mi voz hablar una lengua extranjera. En seguida sentí
que no tenía nada que vender. Era sólo un pensamiento inconfesable,
la rebusca de una inédita prueba
que habría acechado, de nuevo, desde la ventana, aun sin vidrios.




No he logrado jamás, éxito en el comercio. Por otra parte, no tengo
nada que pueda ser pagado, nada
que yo pueda pagar. Y esas fotografías, viejas, y
carentes de valor para los otros, bien que sus marcos, a lo menos,
sean de oro macizo. Mas para mí son necesarias,
y no están muertas, no. Cuando cae la tarde
y las sillas, fuera de los cafés, están calientes todavía,
y todos (inclusive acaso yo) piden nido en el otro,
ellas descienden silenciosamente de sus marcos, al igual que si lo
hicieran por una humilde escala de madera, van a la cocina, 
encienden la lámpara, ponen la mesa, se oye
el sonido amusical de un tenedor al chocar con un plato, 
arreglan mis pocos libros y aun mis pensamientos
por medio de comparaciones y de imágenes (viejas y nuevas)
de modestos argumentos,
y, alguna vez, de antiguas pruebas, inquebrantables: vividas.
De ahí que guarde yo con reconocimiento esta ventana. 
No me impide ella ver, existir aun al contrario, todavía...




En cuanto a lo que te decía: "apretado entre el vidrio y la pared" 
era una exageración de primavera, un exceso 
debido a la abundancia, carnal y verde, de las hojas. La ventana 
es una serenidad, una transparencia servicial y leal.




Cuando los muros se nublan al atardecer, esta ventana 
luce por sí misma; ella mantiene y ella extiende 
los estertores del poniente,
ella lanza su reflejo sobre la sombra de la calle, 
ella ilumina los rostros de los transeúntes como asiéndolos en
flagrante delito,
en su momento más suyo; ella ilumina rayos de bicicleta, 
o la cadena dorada que se hunde en un seno de mujer, 
o el nombre extranjero de un navío que está anclado en el puerto.




Contra sus vidrios, en invierno, el viento da con las rodillas,
y le veo partir, disgustado y ancho, volviendo las espaldas.
En los crepúsculos de primavera —como éste— otras veces, oigo desde aquí, 
las charlas de los marineros, bajel a bajel,
y es como si ellos desnudaran la relación de las estrellas, como si
ellas me explicasen
esos nombres incomprensibles de los flancos de los barcos. De improviso 
oigo el ruido de un ancla que penetra en el agua, 
a la manera de algo que se me ofrece a mí, exclusivamente,
a indicarlo, 
a la manera de algo que me invita.




Cómo podría, entonces, de esta ventana lamentarme?
Puedes entreabrirla, si quieres, sin mirar del todo afuera,
seguir invisible en los vidrios
las escenas verdaderas de la calle, en un espacio más profundo, y
más durable,
con la dulce iluminación, de una distancia grande, 
mientras todo, bajo tus ojos, pasa a un metro más lejos. 
Si lo deseas, asimismo, puedes abrirla entera, y mirarte en el cristal, 
al modo que en un espejo mágico y lejano, y peinar tus cabellos que
comienzan a volverse más ralos,
o arreglar un poco tu sonrisa. En este vidrio 
todo es más neto, al parecer... más silencioso, más inmóvil,
e indispensable así también e incorruptible.
Es que jamás
se te ha ocurrido mirar 
a través de un vidrio el mar? Bajo la agitada superficie
el fondo de su inmensidad parece espléndido
en un orden cristalino, imperturbable y frágil a la vez,
en una santidad muda— según ya lo hemos dicho. Sólo que si te quedas
unos minutos más así, el aliento te falta,
y levantas la cabeza, consecuentemente, al aire,
o esta ventana abres o sales por la puerta.
No hay ya nada que haga inclinarse a tu vida y a tus ojos,
no hay ya nada que tú no puedas orgullosamente mostrar y hacerlo
canto, 
nada cuya figura no puedas tú volverla al sol.




Cerraron ellos la ventana y salieron a la calle. Las luces de los navíos se habían encendido. Fueron hasta la punta de la escollera. Se detuvieron, miraron el mar, oyeron el salto entrecortado de un pez en el agua baja y, sin razón, se apreta¬ron sus manos, palma sobre palma. Luego silenciosos, tomaron asiento sobre un ruedo de húmedos cordajes, encendieron un cigarrillo y se miraron a la llama del fósforo. Parecían extraña y absurdamente dichosos, con esa dicha inexplicable que posee siempre la vida en la primavera, cuando todo a su alrededor huele al agua salada, a la fritura, a la lechuga picada y al vinagre. Irían a cenar, pronto, a la taberna vecina. Tenían hambre ya y el sonido del gramófono acentuaba sana¬mente la sensación de su apetito. A su lado pasó la guardia del puerto con su paso regular. Los uniformes de verano eran enteramente blancos en el anochecer. Los dos amigos se levantaron de los cordajes y avanzaron.




Yannis Ritsos
El Pireo, Abril de 1959

traducción de Juan L. Ortiz
ediciones el lagrimal trifurca
la edición estuvo a cargo de Francisco Gandolfo y Hugo Diz, el 10 de mayo de 1973, en Rosario